Si escribo que cuando corro soy un tipo tan pleno que no me cabe la felicidad dentro del cuerpo, sonará muy cliché, eso lo sé. Si escribo que tengo unas fascinación con correr por las montañas hasta que casi estoy que me caigo por falta de aire en los pulmones me dirás “Ella, la cabra saltamontes incansable…”

  No le veo el brillo a la vida humana si no logra expresarse tal cual viene desde dentro el individuo, más aún si no hiere a alguien con ello.

Hace rato que me quiero sentar a escribir de sentimientos; de eso, y pensamientos:

Cuando corro todo tiene sentido, y cuando no lo estoy haciendo, las cosas van bien, pero mejor irán si es que estoy corriendo o al menos si estuviese hablando de montañas o proyectos ligados a ellas.

Foto de Walter Alvial

Me gusta correr y que el frío patagónico me queme las fosas nasales de dolor, o lo mismo cuando bebo el agua de los ríos y duelen las encías. Pucha, que me gusta andar cansado, y más aún cuando a la jornada siguiente debería dolerme el cuerpo y mis cojeras me recuerdan de lo experimentado las jornadas previas.

Me encanta exhaustarme tanto que tendré la semana laboral para recuperarme y usarlas mientras tanto viendo el siguiente fin de semana en base al meteo lo que tocará hacer.

Me encanta correr solo. Y es legítimo que no quiera hablar mientras corro. ¿O acaso porque la mayoría corre acompañado es lo más correcto?

Si salgo con alguien lo hago para comunicarme y lo haré felizmente, pero no esperes que me meta a un club de running para socializar y mis ratos de correr se conviertan en paseos de trote con amistades. Correr por montañas es para mi solo.

Me gusta ir con gente… y ni hablar de los que llegan, pero que llegan tarde; entonces una salida corta de 15 K se torna en solo 10: Te demoras más en ponerte el equipo y llegar al punto de encuentro que correr esa distancia…

No me molesta que me planten en lo que yo llamo la vida normal: cumpleaños, juntarse por un café o cerveza, pero en el cerro, no me jodas. Si me la haces una, no esperes que te respete y vuelva a salir contigo, cabrón impuntual bueno para el sueño. ¿O acaso piensas que yo no estoy en pie de las 4:40 AM para llegar a la hora puntualmente?

Foto de Mauricio Almazábal

Es que, para mi no es un hobby simplemente: No vivo de ésto pero, el hacer montaña me define como persona en una profundidad tan legítima como la tuya, pero tanto tu flexibilidad con la disciplina me atonta y me vuelve “normalmente-motivado” y no quiero eso. Yo quiero levantarme temprano a las 4 AM y saltar de la cama de emoción de poder hacer cosas y ver las colinas, ver el sol salir y calentar mi cuerpo afligido por la noche, quiero mirar al cielo y estar conscientemente agradecido de estar en pie eligiendo estar ahí en ese lugar jadeando por una merecida cumbre, quiero estar adolorido por haberme dejado llevar por mis sentimientos mientras bajaba lo mejor que podía los senderos  y después quiero llegar cansado a la casa para estar cenando a las 19:30 y estar cerrando los ojos a las 22.

Que el mundo funcione de noche poco me importa, yo elijo la gloria de plasmar momentos memorables para mi vejez. La vida nocturna me parece vana, superflua; poco memorable.

Recuerdo asustarme corriendo hacia el carbón y ver 2 lechuzas cazando conejos bajo un paso nivel de la autopista que va hacia Colina. Recuerdo el zorro culpeo que pillé antes de entrar a los senderos del mismo cerro. Recuerdo casi llorar de frío por congelarme los pies en un ascenso al monte Tarn con sus apenas 800 msnm. Recuerdo haber hecho una travesía en solitario Seno Otway-Estrecho De Magallanes y sufrir del mismo padecimiento mientras seguía  mi rumbo compartiendo huellas de leones frescas en la nieve, recuerdo el silencio en la niebla que no me dejaba ver y recuerdo imaginar cómo se movían los indígenas por las tierras que me vieron crecer, por esas estepas solitarias, por esos bosques silenciosos.

Tito Nazar corriendo por el granito de Cochamó

Me gustan las carreras, pero carecen de desafío. Todo es muy controlado, sé que tendré agua cada 10 kilómetros y si me pasara algo, alguien me va a extraer. En cambio, correr algo que no se ha corrido y quizá ni comida, ahí, ahí algo más brillante se pone la cosa. Tener que planificar la distancia, la calidad de las rachas de los vientas, donde obtener agua de los cursos de los ríos, cuanto equipo cargar por seguridad, las capas de ropa, la alimentación y estimaciones de tiempos durante y el final. Si habrá señal de celular o no y si no la hay, la cosa aún más aventurera se pone porque cada paso, cada hora, cada elección debe ser con menos margen de error. Siempre me gustó correr cuando entendí que algo que se hacía en días, ahora se podía hacer en horas. Me encanta preguntar cuántos días de caminatas son y transferirlo a horas corriendo.

Durante… Que la noche esté comiendo, rodeando y masticando sin cesar tus temores, que después se eleve el amanecer y saborearlo con el peso de la incertidumbre del proyecto frente a ti, y que aparezca el alivio cuando la linterna frontal se apaga asumiendo que la jornada será larga, pero con una vista a tu alrededor más amplia, después que todo se muestre lejano pero más esperanzador a medida que las cosas toman forma. Los kilómetros se acumulan y las horas pasan y no hay contratiempos. Que se acerque el final y que sabes que si todo sigue su curso, has terminado algo en que pasaste el día completo, que puede estar cayendo el sol, pero que entiendes que no estás lejos de la civilización, o del auto, que cumpliste, no te lesionaste, que pasaste sustos quizá, pero que al final llevas en ti un cúmulo de experiencias absolutamente única y tuyas, privadas, intimidad real, sana y pura, cargada de lo real de la vida, de las cosas que importan, de las que recordarás, que se repetirán en tu mente por días, meses años y la vida entera. Tú, el miedo, y tu mente enfocada en el momento, en el siguiente paso, la mente limpia y clara como cristal, no divagante en los mares de la conmoción rutinaria. Clara en la estepa solitaria, como la del zorro en la patagonia; agudo, sigiloso, hábil, rápido e implacable, incansable, lúcido y en el presente, así es como fluye la mente y ese estado se aparece en la soledad, en el miedo, en la inseguridad, en el silencio, en el viento, en los ojos entreabiertos por el frío, en las cejas con escarcha.

Corre solo.