“Hay que poner grapas dice el médico”, y yo le contesto “colóquelas pero no tarde”. Voces por todos lados inundando la sala, llenando mi cabeza de incertidumbres, alguien dijo “hay más Transvulcanias… El otro año viene y corre… Ya no va a ganar ésta”.

Si me hubieran dicho a los 25 años, que sería corredor de montaña de largas distancias, habríamos reído durante un buen tiempo.

Hoy a mis 32 años me encuentro aquí bajo el arco de partida de una de las carreras míticas del mundo del trail running. 75 km de pura excitación a la vuelta de la esquina: La Transvulcania 2019. Sin miedo, con mucha ilusión, con fuerza y con ganas de hacer el mejor trabajo posible. Veo grandes personajes del trail mundial, hombres y mujeres.

En mi mente “esto se viene bueno”. No hay tiempo de selfies, al hombre solo lo engrandece el hombre. Partiendo desde la parte de atrás ya que el Cajón 1 está reservado para aquellos con trayectoria. Me inserto entre las 1300 almas presentes, que gritan extasiadas por vivir una de las mayores experiencia de nuestras vidas, 1300 frontales iluminando el firmamento; qué grande es el trail running.

6 A.M. y se desata el infierno. Apretando desde el inicio intento conectar con el grupo de avanzada rápidamente para no perder la pista y afianzar el paso para mantener la ilusión. Unos duros 14 km de ascensión sin tregua con arena que come piernas mente e ilusiones. Mantener el ritmo es la consigna, no desesperarme es el objetivo. Pueblos aledaños abarrotados de espectadores a las 7 A.M, que gritan tu nombre, que confirman que esto es una verdadera fiesta “Ale, Ale, Luis Ovalle”… Se pone la piel de gallina. Cruzo 12.000 km de viaje, para que un grupo te haga olvidar de todos tus miedos y dolores, la máquina afinada funciona a la perfección. En la mente el amor, la familia y el futuro. Paisajes inimaginables de aquellos que solo existen en libros de ciencia ficción, la tierra del avatar, el Valhala… El paraíso. Yo estaba allí, un simple mortal corriendo por la creación más maravillosa de la naturaleza, avanzando kilómetro a kilómetros, paso a paso firme y decidido, cada uno mejor que el anterior, mi cuerpo funciona sin novedad. En el kilómetro 28 pregunto mi posición y me confirman que voy 15 o 18, una maravilla.

Los avituallamientos que te dejan sin palabras, en verdad es una fiesta privada en donde solo ingresan los más afortunados; no hace falta nada, bebida, fruta, fideos, miles de sándwich, frutos secos y quizá, lo más importante alguien que te recuerda siempre que eres importante: “Vamos, vamos Luis Ovalle”. La fiesta está lanzada, y el baile está en ejecución. “Viene el chileno” decían los espectadores, y yo me pensaba “más chileno que nunca”, orgulloso de cargar esta bandera aunque no sea la originaria*. La máquina va como relojito suizo, aplicada y precisa.

Llega el km 45, diviso un par de corredores delante, desvío la mirada por 2 segundos y llega la tragedia: Una fuerte caída, puse manos y rodillas, sentí un golpe seco en la cabeza, me levanté y decido continuar. Mientras intenté retomar el paso me toqué la cabeza y mi cabello tenía sangre, de repente avanzo un poco la mano y sentí mi cráneo, me dije en mi mente “me cagué la carrera”, pero una fuerza atacó mi cuerpo, a atendernos corrí a tope hasta el km 52, avituallamiento y primeros auxilios en la estación, entrego mis botellas de agua e isotónico, y directo a la estación de la cruz roja, me dicen que necesito una curación… Evaluación de la herida que resulta ser profunda y de 10 cm de largo: “Hay que poner grapas dice el médico”, y yo le contesto “colóquelas pero no tarde”. Voces por todos lados inundando la sala, llenando mi cabeza de incertidumbres, alguien dijo “hay más Transvulcanias… El otro año viene y corre… Ya no va a ganar ésta”.

Una voz me dice que respire profundo. Una a una sentí la inserción de las 9 grapas que cerraban la herida.

– Listo – dijo el médico,
– Me voy – dije yo.
– No puede seguir está muy mal
– Me siento bien, fuerte… No siento dolor.

Firmé un acta de liberación de responsabilidades y 30 minutos después, vamos por la meta. Salida al avituallamiento y me esperan dos plátanos, una sandía, y mis botellas listas. Y la ovación de la gente presente “Vamos, Vamos, Luis Ovalle”, que hicieron olvidar que tenía grapas y había perdido sangre. Un descenso de 17 km, lo bastante técnico para no desviar la mirada. Bajo a tope el descenso con todo lo que el cuerpo me dio, mientras me hacía tocadas en la cabeza, y pude estar seguro que ya no sangraba. Le daba gracias al Altísimo por haberme puesto el mejor médico del mundo, las grapas quedaron de lujo y cumplían a la perfección su trabajo para mi cabeza.

Gel va gel viene. Remonté 4 corredores, y de repente a mis pies el Pass de Tazacorte. “Llegué a casa” decía mi mente, 4 km más y estaba cocinado el asunto. De nuevo la gente dándolo todo, gritando todo el camino tu nombre. 300 metros de desnivel positivo, una curva a la izquierda y entramos a la recta final: Manos, manitos y manotas por los últimos metros, cual estrella de rock las estrellaba todas, y todo a tope en el último km. A la vista el anhelado arco.

-“Ojalá esto no acabara nunca”.

De repente la gesta había terminado, manos al cielo para agradecer al Omnipotente la gentileza de permitirme terminar y cumplir el objetivo.

No quedó nada en el tanque, una lucha mental más que física. La carrera más hermosa que he competido, es que, trasmitir las sensaciones en un papel se me hace imposible, sólo las siente el que las vive. Actos irresponsable cometemos de vez en cuando, sobrepasé los límites de todo entendimiento. Hoy con la cabeza fría no debí continuar, pero aquel que haya corrido, sabrá que el trail sobrepasa todo lo que la química y física indica, es más grande que el universo sin límites y sin restricciones: El deseo de correr es infinito.

“de 75 km, estuviste en mi mente 76; te amo. Después de 3 años de ingresar al Trail Running descubrí que fui diseñado para correr. Renuncié a mi vida normal, para cumplir el sueño al que todo mundo renuncia por no vivir y por no arriesgar, hoy vivo la experiencia más grande de mi vida, con la ayuda de unos pocos, Eternamente agradecido con Volkanica Outdoors y Dynafit por empujar a que esto sea realidad”.

*Luis Ovalle es originariamente de Colombia.