Pocas carreras pueden conglomerar cosas tan cargadas en cada una de estas las palabras que: Dureza, Ultra Distancia, Belleza, Historia y Espiritualidad.

Donde termina el continente americano, allí, en el borde más austral posible emerge un sendero precario, a pesar de lo antiguo, que lleva hasta la punta final que permite la vista panorámica absoluta que junta un sin fin de emociones a los pies del simbolismo cristiano por excelencia.

¿Creo acaso en Dios? ¿Crees tú en Dios? …

El grupo prontos a partir después que nos revisaron el equipo obligatorio

Desde adolescente descarté hacer el trekking a Cabo Froward que es en promedio, 6 días. Es un trekking por orilla de playa, plana y con poca montaña y por lo tanto, además no aprecio al mar. No me parecía estimulante pasar días embutido en las costas azotado por el viento pero especialmente por las precipitaciones. Qué errado estaba.

Hace algunos años, cuando me hice lo suficientemente fuerte para considerar que se podía correr en solitario y en menos de medio día ese sendero que al menos toma 3 días completos en modo trekking, es cuando se encendió la llama por hacer un intento.

Para contextualizar, hacer la “O” de Torres del Paine está calificado como un trekking difícil, pero Cabo Froward es más duro aún.

En la charla técnica de Olimpo Producciones, lo primero que dice Rodrigo Salas, es “chicos, esta carrera es de autosuficiencia…”. Mi corazón latió más rápido, y mi espíritu fue sacudido por un toque de emoción sumado con algo de miedo porque entiendo que bajo ese concepto, no tendríamos contacto humano hasta la mitad de la carrera.

La charla prosigue con que nos listan el equipo obligatorio, todo lo normal excepto por una brújula análoga, una radio VHF un GPS. Todo lo anterior debe ser demostrable que se sabe usar, obligatoriamente además, deberíamos cargar 2.5 litros de agua en la mochila…

Francisco alejándose de la Cruz de los Mares, camino a la meta.

Ahora bien, moverse por el camino es bastante simple, pues en todo el recorrido de ida, el mar ha de estar a la izquierda y al regreso, a la derecha, pero entre tanto hay pasadas por bosques para evitar secciones de roqueríos, mas por esos lugares, uno podría desorientarse con cierta facilidad, especialmente si no se tiene experiencia o no se va concentrado; en pocos metros dentro ver el mar por los árboles no era posible por la alta densidad, y escuchar las olas era aún más dificultoso.

De éstas bahías, Bahía el Águila es famosa en este sector porque se instaló una empresa que por esos años se les permitía la caza de cetáceos para la obtención del aceite de las ballenas.

Hay registros que ahí, en mayo de 1905, se construyeron junto con varios edificios para fábricas, calderas y herrerías, cocinas y alojamiento para los trabajadores, además de un edificio para habitación del administrador y un varadero para traer a las ballenas a tierra mediante guinches (malacates). Pocos vestigios de lo anterior quedaban, salvo unas calderas, y material incrustando en las playas para mover a las ballenas hacia tierra para faenarlas. Es impresionante como en algunos años por el saqueo, el viento y el mar, pocos vestigios de historia quedan como testigos de tanta presencia humana…

Una de las cosas que más temen en esta travesía es el cruce de dos ríos importantes, que dependiendo de la tabla de mareas, puede llegar tan arriba que se ha de nadar, pero la mayoría de las veces llega hasta la ingle. Son ríos no torrentosos por lo que no revisten tanto peligro, como la gente usualmente comenta.

Pateando Piedras.

Me fui mentalmente preparado para lidiar con la playa, ese terreno inestable, agotador y tedioso.

Una vista de las rocas redondas resbalosas. Troncos, piedras y algas

En un comienzo, por la playa aparecían rocones que calleron de la montaña impidiendo tanto el paso que debíamos ir saltando por ellas de una en otra dado su gigante tamaño. Algunas veces, nos resbalamos, algunas casi cayéndonos, y en otras pasadas, lo más factible era meterse al agua del mar para evitarlas.

Después la playa de nuevo reinaría el horizonte y de repente, como si nada, el tamaño de los rocas pasarían a bolones de una redondez y pulidos perfectos. Esto fue un factor importante porque cuando la marea las tenían aún húmedas, el porrazo era casi seguro y los resbalones garantizados. Debimos siempre tener el centro de gravedad algo bajo para poder tomar acción en caso de precipitarnos al suelo.

De nuevo una costa, las olas golpeando y nosotros pateando piedras con su ruido característico.

Pero la naturaleza hasta en lo monótono tiene variedad y en partes más avanzadas en el trayecto aparece un tipo de roca negra, con aristas que iban en dirección de la montaña al mar, por lo que íbamos con mucho cuidado porque eran muy resbalosas y más aún cuando la vegetación les hacían sombra, ahí las algas tapaban la roca haciendo la superficie más resbaladiza que he sentido jamás. Recordé ahí en la charla cuando nos advirtieron que correr por ahí sería imposible (yo me reí incrédulo). La escena empeoraba cuando se atravesaban en los pasos descritos troncos de árboles que salían del bosque y caían dentro del mar. No nos quedaba otra que pasarlos por arriba o por abajo según fuera mejor en cada pasada.

En todo esto, desde el comienzo se me pegó atrás Esteban Marín, un muchacho de Puerto Natales que salió 2º en la general de Ultra Paine. Intenté despegarme de él, pero me di cuenta que el gasto de energía que requería, lo iba a necesitar para terminar la carrera, por lo que no me quedó otra que aceptar que él no se me despegaría hasta el final hasta el remate.

Nos advirtieron que el final se acercaba al llegar a la Piedra de la Momia, una protrusión muy característica que está en plena costa. Por ahí me sentía cansado, aún fuerte y con confianza, pero ya empezaba a sentir la fatiga por el terreno tan suelto.

Via Crucis.

Ya para entonces, no sé si por el sonido eterno de las olas, la piedra redonda, o la roca negra filosa y resbalosa, o los troncos atravesados, pero se me vino a la mente la intencionalidad de la religión; a donde puede llegar el peregrinaje. Me acordé de los sacerdotes jesuitas peregrinando por Brasil, y me acordé especialmente del Padre Ronchi que anduvo metido en los rincones más imposibles de la patagonia… Tanto por aprender sobre la renuncia, de hacer cosas por desinterés, por eso que llamamos espiritualidad.

Excelente foto de la segunda cruz (derecha) y la nueva (izquierda).

La Cruz de los Mares se muestra en la cumbre a lo lejos, por fin se asoma. El sendero se corona con un ascenso de 400 metros en menos de 2.5 kilómetros. Por turba, barro, agua y escalones muy verticales tipo de barco, que años atrás efectivamente los marinos construyeron en las secciones más claves. El ascenso está mistificado por 14 estaciones de las caras de Jesús talladas en madera, fijadas en cuadros metálicos con un frontis de vidrio, erigido en postes de metal ensartados en el barrial de forma espléndida. Previamente, Esteban y yo comentamos tímidamente que queríamos llegar a esta parte. A paso firme por el ascenso, sabíamos que empezábamos a hacer distancia del resto de los corredores. Mientras, hablando de vez en cuando, ambos sin planearlo, íbamos tocando las estaciones cristianas. Ambos magallánicos estábamos por primera vez ahí, pisando las tierras más australes del continente, mientras por mi mente se balanceaba la idea que este peregrinaje ha de ser de los más duros del mundo.

La Cruz de los Mares.

Primera estación del Vía Crucis hacia la Cruz de los Mares.

La Cruz en el Cabo Froward se construyó en 1913, y era de fierro. Pero el viento la echó abajo en los 30, lo que dio cabida para que se hiciera la segunda cruz inaugurada en 1944; armada en cemento sustentada en fierro en su corazón para darle estructura. Pero no fue suficiente, y la cruz se cayó nuevamente, parece, por el clima y por un terremoto en Tierra del Fuego en 1949. En 1987 por la llegada del papa Juan Pablo II a la zona, la armada hace una tercera cruz con donativos, la cruz fue subida en helicóptero a la cumbre en secciones y fue ensamblada e inaugurada el 28 de Marzo. Compuesta por 88 módulos unidos 3.200 pernos que además se anclan bajo dos metros en la turba hasta llegar a la roca sólida. Tiene la altura de un edificio de 9 pisos y parece que si se cuida y mantiene, su duración podría extenderse por muchos decenios más.

Arriba, donde termina la primera mitad de la carrera, donde finaliza el continente americano, donde el viento flagela todos los días, donde la vista se llena de montañas fantásticas aún por nadie escaladas, ahí, donde el mar se funde con la roca vertical, colapsé en emociones, recordé al Cristo cargando el símbolo de su muerte, recordé de la importancia del sacrificio de uno mismo por lo que uno quiere desinteresadamente, doy la vuelta a la cara de la cruz que mira al sur, apoyo mi frente en el fierro y rezo con mi primer sobrino, Martín. Le rezo a los dioses (por si es que alguno de tantos existe), por la salud, fuerza y felicidad absoluta de ese bebé…

En lágrimas y en una especie de liviandad de cuerpo, me siento renovado, alegre y optimista. Voy en busca de los restos de la segunda cruz, que estaba en el promontorio más alto de todos, ahí se ve la base y los fierros doblados de la segunda cruz.

Los siguientes 35 kilómetros se trataban de volver por donde vinimos… No fue tan así como pensábamos. Como el sendero no está señalado, a veces uno avistaba unas “picadas” que entraban al bosque, pero algunos no eran senderos oficiales y terminaban por lugares que terminaron siendo tediosos, lentos y nos inyectaron temor a que nos hicieran perder posiciones en la carrera, de hecho de ida, Esteban y yo que íbamos punteros, por haber errado la picada, quedamos tercero y cuarto en menos de 10 minutos. Toda la ventaja construida la perdimos en solo una vuelta en una bahía pequeña.

Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba.

De alguna manera, regresar fue parte fundamental de la peregrinación. Haber hecho solo un sentido no hubiera sido suficiente para una peregrinación real. Un track tiene más sustancia cuando se parece a la vida, algo así como entrar y salir de un problema, de un desafío, de una carrera… Es simbólicamente fuerte ver por donde viniste, la vista de ida no fue lo mismo que de regreso, ahora, hacíamos la panorámica de 360º. Vi como un río me llegó hasta arriba de los muslo, después otro que me llegó hasta algo más abajo del ombligo, sentí el calor de la turba a las dos de la tarde, en la misma turba por la que de ida volamos disfrutando las bajadas como niños, ahora trepábamos admirando las montañas que se perfilan hacia el Este por bosques frondosos, húmedos, y densos. No tuve fe: Vi el bosque más denso jamás, tanto que la luz no podía penetrar, me advirtieron que lo veríamos, no lo creí hasta que lo vi… No tuve fe. Cuando uno ha visto tanto, la capacidad de asombro se atonta, brutal de mi parte cerrar las puertas a la incertidumbre a lo desconocido, a lo nuevo asombroso.

En eso pensaba cuando la loica con el pecho un pecho colorado magnífico resultó ser un carpintero macho acompañado de dos hembras. Nunca vi estas aves tan de cerca. Cargamos agua a menos de dos metros de ellos mientras picaba los troncos horizontales extendiéndose hacia el Estrecho de Magallanes.

¿Cuántas veces perdimos el sendero?

¿Cuántas veces perdemos el camino de la vida?

10, quizá 12 veces nos perdimos, pero, siempre sabíamos donde estaba el mar, lo que nunca sabíamos era si estábamos tomando el camino más rápido. Disfruté tanto perdernos, mirar el GPS, jugar con la brújula, rendirse a la incertidumbre que los de atrás puede que te alcancen por una incalculable proceder de malas decisiones destinadas a la fortuna. Perderse en natural; algunas veces uno se extravía por pocos momentos, otros donde el corazón se agita por el miedo a que la cosa de ponga seria, otras uno se pierde de verdad y es ahí donde lo que te has preparado valdrá mucho… De nuevo, es tal cual la vida, todos nos hemos perdido, pero si uno logra contener las metas claras, centrar la concentración en el camino, uno puede salir adelante y enmendar el rumbo: Ultra distancia y los caminos de la vida.

Olimpo Producciones haciendo transmisión en vivo en la meta.

Desafío Cabo Froward… Varias veces pensé que esta carrera con este nombre, por lejos gana su reputación, es un desafío en muchas formas, desde el sendero que lleva a la Cruz de los Mares, la peregrinación que le otorga un significado espiritual, desde las formaciones rocosas, el barro, ríos, viento, lluvia, pantanos, todo hace de esta carrera un evento con tintes a algo que se ve menos cada vez en chile. Hoy, es esperable encontrar carreras con puestos de control con bebestibles y comida, señal de celular, fotógrafos y otras parafernalias, dejando como “desafío” solo el performance, esa cortina nos tapa de lo que importa al final, que es poner todo nuestro ser en un momento.

Carlos Millán y María Luisa Chamorro, desinteresados amigos del trail local.

Cabo Froward se queda con la etiqueta de la autosuficiencia: Es una carrera ruda, no para cualquiera, para personas con cierta experiencia que de veras buscan un auténtico desafío. Desafío, esa palabra tan manoseada que pareciera que todos son en el siglo 21 guerreros de mil batallas.

Cabo Froward me atrevo a decir, es una carrera que ha de ser protegida por tener un tono auténtico y especial, con una personalidad diferente a lo que estamos acostumbrados usualmente a encontrar.

Cabo Froward es para corredores con sed de desafío. Desafío real, que va más allá de distancia y altimetría.

Acá les dejamos los 2 últimos minutos de los ganadores a la meta:

Y acá la autoentrevista que nos hicimos para Nexus.run: