“Es tan sólo un sendero y aun así tiene la facultad de transformar y alinear tu vida de acuerdo con tu esencia, despojándote de cada una de las ambiciones y especialmente las mentales, las responsables de cada privación; miedo, duda y frustración. Es ahí cuando comienzan a germinar las pequeñas semillas de libertad, movilizándote inevitablemente a tu estado natural y depositándote en aquel tan codiciado “aquí y ahora” donde he podido explorar pequeños indicios de “perfección”, y he alcanzado niveles de plena conciencia. Plenitud.
Es sencillamente tu alma movilizando tu cuerpo a través de un par de pies. Es un regalo.”
Desde muy pequeña crecí bajo el yugo del rigor y la disciplina deportiva del centro deportivo – cultural “REMA” donde fui gimnasta de alto rendimiento y comenzó mi obsesión por la búsqueda de aquellos límites y especialmente la “perfección” pues, no cabe duda de que en gimnasia cada movimiento se debe reflejar esa exacerbada persecución de la perfección, por lo que gran parte de mi vida he direccionado mi norte de acuerdo con dos enigmáticas interrogantes:
¿Dónde está el límite? ¿Cuál es la grandeza del ser humano?
Aquella búsqueda me ha llevado a seleccionar diversas disciplinas deportivas en la naturaleza como las herramientas idóneas para descubrir, experimentar y comprobar mis límites tanto físicos como mentales y espirituales. Sin embargo, esa ambición se acrecentó y me llevó a un desequilibrio en mis ejes principales, sobreexigiéndome e incluso arriesgando mi integridad física.
Estudié la carrera de Ingeniería en Expediciones y Ecoturismo a través de la cual conocí de fondo los deportes de aventura y descubrí la forma en cómo me ayudaban a superar obstáculos mentales a medida que los experimentaba, y hace tres años me he estado dedicando a dos disciplinas en paralelo; Escalada Deportiva Competitiva y Trail Running. Comencé de forma recreativa, sin embargo, durante los dos últimos años me obsesioné con encontrar el alto rendimiento en ambas pues, tenía en claro que si me dedicaba sólo a una disciplina, podía lograrlo pero en cambio el viaje que se requería para lograr mi máxima capacidad en ambas era un desafío monumental, difícil y casi imposible, y la verdad es que mientras más me decían que era “imposible” más me motivaba a continuar con mi consigna y objetivo de comprobar que cuando el alma y la mente trabajan sinérgicamente, el cuerpo responde y nada, pero nada es imposible.
Durante el año 2019 trabajamos codo a codo junto a Francisco López, mi entrenador de Trail Running con quien realicé entrenamientos muy específicos e intentamos mantener a raya una lesión en mi rodilla izquierda. Y en agosto del mismo año debuté en mi primer selectivo Nacional para la distancia de 42K.
Siempre me han gustado las carreras de ultra distancia porque siento que son una gran aventura donde la resistencia es la clave. Para dicha ocasión me dispuse a probar una carrera rápida en la cual mantener la velocidad a tope es la tónica y la que me ayudaría a obtener un lugar en la selección nacional. Parecía que mi alma estaba en línea con aquel momento, pero mientras corría tuve la sensación de que no estaba fluyendo e inesperadamente todo el contexto perdió sentido, y como nunca me cuestioné: ¿Es esto lo que busco? ¿realmente me siento plena en esta búsqueda?
Jamás había sentido que mi convicción se fuera a piso de tal manera y al mismo tiempo sentir que no pertenecía a dicha atmósfera. Definitivamente, estaba anonadada.
Luego de reflexionar la situación y comprender la razón de mi desmotivación por el rubro competitivo fijé nuevos objetivos con la finalidad de encontrar la motivación, pues estaba segura de que el fondo se mantenía, pero debía cambiar la forma. A pesar de que hice mi mayor esfuerzo llegué al punto en que mi gran fortaleza se convirtió en el eslabón más débil, y mi cabeza estaba absolutamente quemada. No había motivación y sin ello, no había forma de continuar sosteniendo el nivel de entrenamiento. Es así como es que paralicé todas mis actividades deportivas para pensar.
Hace tres años, luego de conocer a unos trekkeros (hikers) en Bishop, California, comencé a pensar en la satánica idea de algún día cruzar Estados Unidos caminando… Por lo que lo dejé plasmado en mi lista de sueños.
Y llegó el día.
Descifré que no era necesario competir con los demás para encontrar mi máximo pues sencillamente no deseaba ser mejor con relación a otros, por lo que comprendí que necesitaba un desafío personal el cual me permitiera volver a recuperar mi caballito de batalla, mi resistencia y fortaleza mental.
Entonces llegó un flash a mi cabeza: “Probablemente es el momento de cruzar Estados Unidos caminando”.
Posterior a cinco meses de preparación en donde todo fluyó de maravillas y mi alma estaba “on fire” me encontraba en la desafiante línea de partida pues, finalmente era el momento de comenzar a hacer tangible con cada paso el proyecto más ambicioso que había decidido ejecutar hasta ahora.
Lo último fue despedirme de mis amigos, familia y especialmente de mi marido, quien me ha apoyado en cada uno de mis proyectos personales independiente del nivel irracional de locura.
La propuesta era tan grande que realmente no lograba dimensionar su magnitud y menos aún la certeza de terminarlo. Solo quería vivirlo sin ambición de logro y me sentía completamente en sincronía con mi alma. Estaba lista y ansiosa para experimentar este nuevo y simple estilo de vida por cinco meses y medio.
La ruta Pacific Crest Trail comienza en el borde de Estados Unidos con México, específicamente en la localidad de Campo y finaliza en el borde con Canadá, cuya distancia es de 4.244 kilómetros y con un desnivel acumulado de 149.000 metros, el cual se asemeja a 17 ascensos al Monte Everest desde el nivel del mar. Una locura.
El 19 de Marzo fijé la línea de partida, tenía millones de sentimientos encontrados. Me sentía profundamente agradecida por todo el apoyo que recibí y el trabajo en equipo que significó que yo estuviese en el monumento del terminal sur comenzando a caminar en dirección norte.
Sur de California
El inicio fue abrupto, y toda la perfecta planificación que formulé para cada día en base a los kilómetros diarios, días ceros (el nombre que les puse a los días de descanso) y las zonas de abastecimiento se fue a la chuña desde el día uno, dejándome en claro cómo sería la tónica en adelante y en donde inmediatamente comprendí que en aquel contexto no había espacio para un perfecto plan de logística, por lo que si quería fluir para disfrutar debía adaptarme a la flexibilidad.
Junto a Jero, mi compañero holandés y Dai, un chico Japonés, nos adentramos a la aventura un día frío y lluvioso en medio de una de las primaveras más tormentosas en la costa Oeste de los Estados Unidos. Luego de un largo primer día de caminata arribamos al primer campamento del PCT. Cada gramo que cargamos en nuestra espalda pesaba, los pies y los músculos dolían con tan sólo un día de aventura.
Al momento de armar rápidamente la carpa para capear la lluvia y cambiar mi ropa húmeda sentí el típico episodio de ansiedad que la gran mayoría de los hikers experimenta durante la primera noche en el sendero.
Estaba cansada. Ingresé a la carpa y me quedé por un momento estática sólo sintiendo la lluvia, el dolor en mis pies y el silencio del entorno, más bien la desolación. Al mismo instante me envolvió la sensación de angustia y pánico al pensar: ¿De verdad quiero hacer esto? ¿Por qué me sentía tan segura y feliz de vivirlo? ¿Voy a ser capaz de resistir este dolor y cansancio durante más de cinco meses? ¿Por qué diablos necesito estar aquí?, y mientras escuchaba a lo lejos un helicóptero lo único que quería era salir corriendo o que ese helicóptero me llevara a casa.
Comprendí que lo que estaba sintiendo eran síntomas de ansiedad debido a la incertidumbre y desesperación que me generaba pensar en la extensión de la travesía y el agotamiento que éste me generaría a diario, por lo que debía tranquilizar mi mente para poder descansar, pues al día siguiente comenzamos nuevamente a primera hora. Recé y luego de un rato finalmente me dormí.
Luego de conversar con algunos caminantes me enteré de que no fui la única que tuvo esos síntomas, comprendiendo que era un punto de inflexión en donde se genera una catarsis cerebral y se comienza a aceptar el nuevo estilo de vida en que la mayoría de los casos es un estilo completamente opuesto a la rutina normal en sociedad. Mi único objetivo diario se limitaba a arribar íntegramente al siguiente campamento cubriendo la cuota de kilómetros diarios en relación con la planificación de abastecimiento y para eso sólo debía comer, caminar y dormir. Día tras día.
Simpleza
Durante las primeras semanas del PCT mi enfoque se externalizó netamente en los detalles y ajustes que debía realizar para mejorar mi confort, pues, hasta la más mínima mejora de equipo y de alimentación generaba cambios radicales y marcaban un antes y un después, por lo que el inconmensurable dolor de pies por no utilizar los zapatos correctos y el engorroso sistema de armado y desarmado de mi mochila fue mejorando a medida que identificaba las falencias y de esa forma cada vez que lograba llegar a un pueblo realizaba una mejora.
Mi lesión en la rodilla regresó generando la dolorosa inflamación por la cual siempre debía parar y retroceder en mis objetivos deportivos, sin embargo, esta vez me convencí de que no permitiría que nuevamente dicha lesión me truncara un momento en el cual me sentía plena y completamente feliz.
¡Iba a caminar hasta que se me cayera la pierna! Pero favorablemente disminuí la intensidad y con el tiempo el dolor desapareció.
La atmósfera era fascinante, el hecho de caminar con “mi casa” en la espalda con todo lo necesario para vivir me entregaba una sensación de autonomía que jamás había sentido y al mirar hacia atrás lograba percibir a lo lejos a cientos de kilómetros de distancia las montañas por la cuales había caminado y junto a ello una gratificante sensación de satisfacción.
Sierra Nevada
Progreso
Luego de los primeros meses me sentía completamente compenetrada con la sinergia del PCT, los hábitos en el sendero, la logística en los pueblos y la comunidad que lo caracterizaba. Personas sencillas con un admirable espíritu de superación. Me sentía en familia y en zona de confort.
¡Era momento de rodar en plenitud! Pues, había superado las eternas y mentalmente agotadoras marchas sobre nieve en la cual me enterraba hasta la cadera con cada paso y donde perdía el balance fácilmente para luego resistir las altas temperaturas extremas del Desierto de Mojave aumentando mi tolerancia al calor a niveles que nunca había imaginado. A esas alturas y luego de esas experiencias me sentía súper poderosa y preparada para cualquier obstáculo que se presentara a futuro. Sin embargo, al comienzo de la sección de la Sierra Nevada sufrí uno de los golpes emocionales que me llevó a pensar de que no lograría continuar en ruta.
Mi cordada, amigo y familia del sendero con quien llevaba caminando más de dos meses sufrió una caída al descender de Forester Pass, el paso más alto de la Sierra. Tom tuvo que regresar a casa y yo debí continuar mi camino en solitario.
Regresé a la Sierra con lágrimas y auto-apoyándome en el auto diálogo, pues me dirigía a enfrentar mi única limitante mental y fobia: Sentir ansiedad en medio de la nada y tener que ser mi propio soporte.
Aquel momento comprendí que podía resistir a cualquier tipo de dolor físico, sin embargo, el dolor debido a la dependencia emocional y apego generado hacia las cordadas podía poner en riesgo mi continuidad a causa de mi falta de autonomía en ello. Estaba absolutamente dispuesta a enfrentarlo e incluso se había transformado en mi nueva motivación.
Posterior a dos días de ansiedad intensa en la cual sentí angustia, soledad y profunda desesperación por no poder salir del corazón de las montañas o de no poder comunicarme con mi familia o amigos y fue en aquel momento cuando consideré la opción de retirarme por un par de días para apaciguar mis emociones, pero salir del sendero significaba caminar más de 35 kilómetros por pasos que no habían sido mantenidos o habilitados, por lo que día tras día decidí caminar hacia delante y continuar intentándolo hasta que logré racionalizar mis emociones, gestionar mi nivel de estrés y con ello la despreciable ansiedad.
Luego de una semana en la Sierra, finalmente lo había logrado. Me sentía plena y orgullosa de haber encontrado el valor para sobrepasar mis límites mentales y ahora… Era considerablemente más libre.
Libertad emocional. La más importante.
Los siguientes dos tercios de la Sierra Nevada en conjunto con el Norte de California me mantuve trabajando constantemente el desapego con las nuevas personas y cordadas que iba conociendo, me sentía completa y autónoma a la vez.
Fue el periodo de mayor libertad, pues no mantuve compromiso de cordada con nadie sólo con mis propias decisiones las cuales se encontraban libres de planificación y con plena flexibilidad de cambios de acuerdo con el norte de mi felicidad. Es que es, de esta forma comprendí la esencia de la aventura:
Despojarse de las ambiciones para luego abrir paso a la flexibilidad en la toma de decisiones sin planificaciones rígidas de por medio y con espacio para recibir las situaciones inesperadas que nos brinda la vida. Para mí, eso es aventura. Y la viví.
Oregón
La zona de confort. Cruzar a Oregón fue el siguiente capítulo forjado en la comodidad y confort mental.
Tenía calma fundada en mi propia alma y me sentía preparada para volver a fomentar un compromiso de cordada y de familia, pues sabía que podía desenvolverme de forma autónoma y de este modo a pesar de compartir con mi cordada, mi esencia se mantenía libre.
El tiempo avanzaba con rapidez y tenía exactamente un mes para cruzar los últimos dos estados; Oregón y Washington, por lo que si quería terminarlo debía cruzar 1.539K en 30 días considerando tanto los días de descanso como de abastecimiento. Un desafío no menor.
Desde que comencé la Sierra Nevada y decidí respetar los tiempos que necesitaba para concientizar e internalizar las instancias de crecimiento y autosuperación supe que estaba en contra reloj y contaría con tiempo limitado de modo que los últimos dos estados serían bajo presión.
Por lo que dicha situación no me tomó de sorpresa y realicé cambios de equipo y alimentación considerables con el objeto de avanzar más rápido y así lograr de cubrir “Big Miles” a diario.
Envié hacia el norte los últimos lujos que me quedaban como la carpa, colchoneta, implementos electrónicos, parka de pluma y zapatos de campamento, con la finalidad de re encontrar mi equipo hacia arriba hasta cuando lo necesitara.
Del mismo modo optimicé mi alimentación. Realicé mis abastecimientos netamente en base a los requerimientos nutricionales, sin lujos ni antojos de por medio.
De este modo, luego de tantos meses caminando con un peso que fluctuaba entre los 20 y 30 kilos en mi espalda, podía volar sin riesgo de lesiones.
A diferencia de California donde el desnivel es brutal con infinitos zig – zag y la sensación de progreso es paulatina, Oregón es un regalo, es una línea casi recta en el mapa con muy poco desnivel y con un terreno extremadamente amigable; definitivamente un descanso.
Usualmente, Oregón es el estado para poner a prueba la eficiencia física y sacar provecho de la resistencia, y junto a mi cordada Jon “Golden Beard” necesitábamos estar el 12 de agosto en Cascade Locks, el límite entre Oregón y Washington.
Por lo que gradualmente aumente la eficiencia y optimicé mis hábitos en el sendero logrando mantener velocidad de crucero y superando los 50K diarios, de este modo llegué a Washington física y mentalmente preparada para enfrentar aún más kilómetros al día y con mucho más desnivel.
Uno de los hitos más importantes en la ruta Pacific Crest Trail es el cruce del límite entre Oregón y Washington. Específicamente, el cruce del reconocido puente “Bridge of the Gods” donde surgen inevitables sentimientos encontrados al saber que luego de tantos meses de aventura y de crecimiento manteniendo un estilo de vida utópico próximamente llega a su fin.
En ese momento, sentí que caminaba a casa.
Washington
La grandeza finalmente se hace tangible.
Luego de despedir y agradecer por cada aprendizaje junto a “Golden Beard” me adentré a las montañas del cordón de Cascade junto a “Gorila”, mi nuevo maestro para este último desafío.
Gorila es uno de aquellos hikers que marcaba la diferencia, pues desde un comienzo decidió intentar romper el récord de velocidad en modalidad autónoma, por lo que durante el 100% de la ruta se mantuvo mentalizado con un nivel de convicción que sin duda sobresalía de la media.
Humilde, sencillo y con un equipo extremadamente básico me dejó en claro los esenciales.
Para esta última etapa decidí aprender de él: Su estrategia en ruta y especialmente mantener el compromiso de “Family Trail” pues sabía que su ritmo me motivaría a autoexigirme y de tal modo me ayudaría a cumplir mi meta de finalizar la ruta antes del 1 de septiembre, ¡y así fue!
La ruta PCT se estaba transformando en el campo de juego donde el sendero era la herramienta y caminar la técnica, y a través de la cual tenía completa libertad de elegir con qué cartas quería jugar y a pesar de que racionalmente lo óptimo hubiese sido saltar algunas millas de la sección de Washington para cubrir las distancias en zona de confort y así evitar la excesiva autopresión, decidí optar por la vía más compleja y aceptar el desafío de comenzar a cubrir 60 kilómetros diarios.
Desde el primer día en Washington el nivel de demanda física y mental superó todas mis experiencias y registros pasados.
Eran pasadas las 11 de la noche y me faltaban alrededor de cinco millas que usualmente caminaba en menos de dos horas, sin embargo, lidiaba con un intenso dolor en los pies debido a las botas de trekking que estaba usando.
En la gran mayoría de la travesía sufrí dolores de pies, pero esta vez el dolor era definitivamente insoportable… no tenía la amortiguación necesaria y luego de más de 12 horas caminando sentía que me dolían los huesos. Llegué al nivel en que sencillamente no podía dar ni siquiera un paso. Ya eran más de las 12 de la noche y permanecía sola en el sendero intentando llegar al punto de encuentro que habíamos acordado con Gorila. Finalmente, luego de mucho esfuerzo y de autodiálogo logré arribar a la 1:40 A.M. Estaba mentalmente tan exhausta, que no logré cenar y sólo fui capaz de sacarme los zapatos para masajear los pies, y agradecer que finalmente había llegado y tenía fe de que al día siguiente todo estaría bien.
Favorablemente al día siguiente conocí a una “Trail Angel” (personas que tradicionalmente ayudan a los PCT hikers).
Leah, me llevó al pueblo a comprar plantillas para luego poder regresar al sendero y retomar la ruta, estaba profundamente agradecida por su ayuda, pues sin ello el resto de la travesía habría sido un calvario. Mi mente ya estaba capacitada para resistir al ritmo de las “Big Miles” pero aún había un desafío que enfrentar dispuesto en el campo de juego.
Al arribar a la pequeña zona de abastecimiento de White Pass debí ingresar al sendero a las cinco de la tarde para reencontrarme con mi cordada que estaba 37 km más adelante. De acuerdo con mi ritmo de avance debiera haber demorado alrededor de siete horas, sin embargo, demoré doce.
Previamente había tenido la experiencia de caminar por un par de horas en solitario de noche la cual me había servido para superar mi miedo a los Pumas, por lo que esta vez me sentía mucho más en confianza e intentaba eliminar pensamientos negativos al respecto, pues a pesar de que sabía que había un riesgo se limitaba a una pequeña posibilidad.
Comencé caminando con la certeza de que llegaría a las 12 de la noche al punto de encuentro, pero a medida que avanzaba comenzó una pequeña tormenta que me obligó a disminuir la velocidad de la marcha. Cuando eran las tres de la mañana mi cuerpo aún se mantenía en perfectas condiciones, pero mi moral estaba cada vez más debilitada, comencé a sentir sueño y deseaba poder llegar a destino, sin embargo, no había nada que pudiese hacer más que caminar y mantener el ritmo con la convicción de que eventualmente llegaría, pues sabía que mi cordada estaba esperando por mí en el campamento seleccionado y aquello era mi motivación para continuar movilizándome.
Luego de las 12 horas en las cuales 8 fueron de noche y completamente sola, logré arribar al punto de encuentro donde no logré encontrar inmediatamente a Gorila, por lo que decidí instalarme al lado del sendero y cambiar mi ropa por algo seco para acostarme por un momento en mi saco y entrar en calor mientras esperaba a que amaneciera. Estaba completamente empapada y en condiciones paupérrimas, pero nuevamente me sentía orgullosa y agradecida de no haber desistido a mi objetivo a mitad de camino y haber llegado a destino tal como me había comprometido.
Pasada una hora, alrededor de las seis de la mañana finalmente logré encontrar a Gorila.
¡Misión cumplida!
La cordada estaba nuevamente reunida y de este modo, me continuaba afirmando que había valido la pena caminar durante toda la noche.
Gorila estaba impresionado por lo que había hecho, pero para mí aún no era tan loco… sencillamente estaba en mi faceta atlética entregando mi máximo en cada momento. Aquella mañana y sin dormir tomé un momento para desayunar y extrañamente aún me quedaba mucha energía, así que a las ocho de la mañana retomamos la caminata con el objetivo de cubrir otros 50 km.
Me prometí no tener que volver a pasar por la misma situación para no desequilibrarme en mis necesidades básicas, entre ellas el sueño, pero desfavorablemente por logística de abastecimiento y tiempo reducido tuve que enfrentar por segunda vez la misma caminata nocturna en solitario la cual cada vez se hacía más difícil de sostener…
Aquel día arribé a las tres y media de la mañana, dormí dos horas y al despertar mi cuerpo tiritaba completamente. No era por frío, sino por descompensación.
Gorila debía continuar y me pedía que descansara más tiempo ya que no quería que me sobre exigiera de tal manera, sin embargo, yo estaba empecinada en continuar avanzando, cubriendo los kilómetros necesarios para lograr llegar a Canadá en la fecha estimada.
Aquel día, la falta de sueño me jugó una mala pasada y llegué a alucinar. Perdí a mi cordada y me tuve que limitar a caminar menos distancia para compensarlo al día siguiente, ya que estaba completamente exhausta y triste por no poder llegar a destino.
Me encontraba a sólo cinco días de Canadá y no podía bajar la cuota de kilómetros diarios porque sencillamente no lograría llegar debido a la fecha de expiración de la visa. Sentí ansiedad. Pensaba en la cantidad de kilómetros que debía avanzar al día siguiente para quizás y en el mejor de los casos lograr encontrar a mi cordada o por lo menos para balancear con los kilómetros que me faltaban, y realmente no sabía de dónde iba a sacar fuerzas. En ese momento de cansancio extremo lo único que deseaba era regresar a casa, pero no había más opción. La única forma era caminar desde el centro de la montaña rumbo norte. Recuerdo que dormí teniendo fe en que al día siguiente todo estaría bien.
Y favorablemente a la mañana siguiente mi fortaleza mental estaba en óptimas condiciones y con ello mi motivación se encontraba nuevamente a tope. Dispuesta a enfrentar los últimos días del PCT.
Durante cuatro días no encontré a Gorila, y lamentablemente nadie lo había visto como para poder saber donde estaba, por lo que debía continuar avanzando sin posibilidad de esperar ya que con la extraña sinergia del PCT estaba la remota posibilidad de que por alguna razón él se encontrara detrás de mí.
Por razones de logística no pude realizar mi último abastecimiento en óptimas condiciones y debí continuar avanzando. Jugándomela, pues sabía que podría encontrarme con algunos hikers en el sendero quienes me podrían colaborar con comida y era muy probable que hubiese una “Hiker Box” con alimentos en el siguiente spot.
Llegué a Harts Pass a 50 km del borde con Canadá y antes del atardecer Gorila, mi cordada me sorprende.
Gorila había tomado un camino alternativo al PCT porque necesitaba encontrar ayuda lo antes posible para un hiker lesionado en ruta, y lamentablemente tuvo que realizar un cruce de río donde se lesionó y perdió los zapatos.
Demoró un día en tomar un paso hacia un pueblo cercano y conseguir unas botas de trekking, de baja calidad, pero funcionales.
Consultó por mí y logró alcanzarme. Y a esas alturas yo tenía considerado finalizar la ruta sin él, por lo que al verlo fue una gran alegría.
Éramos equipo, familia y continuaríamos apoyándonos en el tramo más complejo y final.
Comenzó una tormenta y al igual que las dos noches anteriores no logré dormir por frío, pues ninguno de los dos tenía carpa y contábamos solamente con nuestro saco y manta de supervivencia.
Debido a la contingencia mundial a causa del Coronavirus, este año no estuvo permitido cruzar a Canadá para conectar con la ruta habitual donde es posible “hacer dedo” y llegar fácilmente a algún aeropuerto cercano, por lo que todos debíamos caminar 50K de ida y regreso, finalizando en el mismo punto de partida: Harts Pass.
La aproximación hacia el borde fue pausada y debido a la lesión de Gorila, por primera vez caminamos juntos durante todo el día.
Finalmente arribamos alrededor de las 20:30 en el momento preciso antes de que nos envolviera la penumbra.
Gorila desbordaba de alegría al sentir la genuina satisfacción de una gran meta cumplida, una meta que concluía un viaje de sabiduría y autosuperación. Mientras yo estaba completamente perpleja observando y escuchando los gritos de adrenalina y emoción de mi cordada, pues necesitaba un momento para procesar y entender que definitivamente me encontraba en el punto final.
Estaba orgullosa de Gorila, y lo contemplaba con devoción, ya que para mí no cabía duda de que el ritmo con el cual llevó a cabo la travesía fue sobre humano superando la gran mayoría del viaje en solitario, pues nunca había encontrado alguna persona dispuesta a seguir su timing con tal limitada flexibilidad e intensidad. Comprendía el significado de ese momento para él.
Cenamos y dormimos dos horas para lograr recuperarnos y comenzar con el retorno, ya que a las 3:00 de la tarde debía estar de regreso en Harts Pass.
Comenzamos a caminar a la 1:30 AM rumbo sur y antes de comenzar, nos dimos ánimo pues sabíamos que sería un día durísimo con las últimas calorías que nos quedaban en los bolsillos para entregarlo todo en el último esfuerzo.
Mientras caminaba comprendí la neutralidad de mis emociones al llegar al monumento, y es que en aquel instante el sendero me brindó la última lección que estaba pendiente. Por primera vez en mi vida había vivenciado conscientemente cada momento y aprendizaje durante el proceso, otorgándole valor por sobre el resultado. Efectivamente había logrado caminar sin ambición de logro, por lo que entendí que, aunque no hubiese podido llegar a Canadá me habría sentido completamente orgullosa con la sensación de “misión cumplida”. Aprendí a valorar el esfuerzo mediante el proceso independiente del resultado. Madurez.
Entre viento, nubes y aire otoñal comenzábamos a despedir definitivamente el sendero con un paso lento y nostálgico.
Teníamos nuestros últimos 16 kilómetros por delante. Aún me sentía firme, pero Gorila luchaba con lo más interno de su alma en contra del dolor de la lesión en su pierna izquierda. Su moral se iba en picada, pero su vibración continuaba en alto y mientras lo observaba por detrás, logré percibir esa lucha interna.
Rompí en lágrimas, pues en aquel instante encontré la grandeza humana. Había “algo”, imposible de describir que le entregaba temple y fortaleza en cada paso. Grandeza.
Y mientras me aproximaba a los últimos kilómetros en ruta sentía el amargo nudo en mi garganta, y mis lágrimas continuaban cayendo, era irreal… Finalmente era el momento de regresar a casa, abandonando el sendero, el hogar que me acogió y me brindó los más genuinos aprendizajes a través de una delgada línea que día tras día me llevó a conectar con mi esencia, aceptando cada desafío y aprendiendo a ser mi propio soporte engrandeciéndome con cada obstáculo.
Enseñándome sobre la sinergia de la vida y la magnificencia de Dios, liberándome de mis ambiciones y limitaciones impuestas por el ego, aprendiendo a presenciar, contemplar y especialmente revelándome atisbos de libertad.
“Amigo, no tenemos ninguna milla más que caminar”
Los personajes mencionados los puedes encontrar:
Gorilla: https://www.instagram.com/summitseeking/
Jon “Golden beard” : https://www.instagram.com/jonlawler/
Romi Mena “Coyote”: https://www.instagram.com/aventuras_de_coyote/
Dato: Soy “Coyote” porque en el desierto fue la primera vez que escuché aullar a los coyotes y desde ahí cuando estaba lejos de mi cordada aullaba con coyote para que supieran que estaba bien… En una ocasión unos hikers juraban de guata que había una cría de coyotes aullando y ellos me bautizaron así
Romina agradece a el apoyo de una marca local, que le ayudó con la nutrición durante su aventura:
Wildmate → https://wildmate.cl/shop/ – https://www.instagram.com/wild.mate/
Este un reportaje hecho por parte o por todo el equipo de Soy Ultra. Si quieres saber más de nosotros, ingresa a “somos” en nuestro sitio.