Me siento relativamente bien para el final de la vuelta 4, a pesar de que explotó la amigdalitis en el segundo ascenso… No me cuesta tragar, parece que no será gran cosa este resfrío. Ya empieza a caer el sol y es hora de ponerme la linterna frontal en la cabeza… En algún momento tocará encenderla para correr bajo las tinieblas hasta que se levante de nuevo el cuerpo celeste más grande del sistema.

Se empiezan a sentir algo más las piernas fatigadas cuando se acercan a hacer 3.000 positivos. El cielo está relativamente despejado con nubes altas, la luna no ilumina mucho la tierra. Puedo ver las Tres Marías y la Cruz del Sur… El sur, siempre prolongo la cruz del sur al horizonte y lo primero que pienso es en casa, de donde vengo, de donde me curtí el cuerpo y el espíritu. Pienso en papá y pienso que quizá él me curtió a mi y no tanto el viento de la patagonia. Ay, el sur.

Estoy solo camino a la cumbre y no veré a nadie hasta un buen rato. Ahora viene lo serio. No veo bien las superficies del piso y deberé pisar con cuidado.

Pronto, me da sueño, se me empiezan a cerrar los ojos, pero ya he pasado por esto, solo debo concentrarme y pisar con más cuidado… Pero es que tengo tanto sueño.

Dios mío, me cuesta tanto avanzar, me apoyo mucho en los bastones.

Hago un chequeo mental de todo:

¿Tengo hambre? – Cero

¿Tengo sed? – Cero, he orinado cada vez que pongo pie en la cumbre del Manquehue.

¿Tengo ampollas? – Cero, pero empiezo a sentir mucha humedad en los pies.

Hay algo que me tenga disconforme? El sueño, el maldito sueño…

Dios, ¿Por qué me cuesta tanto avanzar mis pasos?

No importa, no voy a detenerme porque si lo hago, me echaré a dormir y esto se trata de mantenerse en movimiento…

No sé cuánto rato ha pasado, pero ahora quiero bajar, se pone helado y las cabras me miran como bicho raro, me percato que están acostumbradas a descansar en la cumbre sin presencia de humanos.

Bajo. Como algunas cosas, me hidrato y sé que pelearé con el sueño de nuevo. Loreto me dice que ya perdí los 30 minutos que tenía a favor. Perdí la noción del tiempo luchando con el adormecimiento.

Me faltan aún 10 vueltas. 10 vueltas.

– Se ve tan lejano, con sazón de difícil, esto está realmente duro.

– No me importa llevar el primer tercio hecho… Loco, me faltan 10 vueltas y solo he hecho 5.

– Mejor me pongo en movimiento para arrancar del enfriamiento.

– ¿Cómo alguien puede tener tanto sueño?

– ¿Será por el resfrío?

– Si está todo tan en orden, ¿por qué no soy capaz de moverme más rápido para así mantener el tiempo que tengo a favor de lo planificado?

– No importa lo que pase, debo avanzar y terminar esto…

– Me duele la cabeza…

La vuelta número 6 es tan lenta, tediosa y laboriosa, pero a la vez silenciosa y agradable. No logro entender bien lo que está pasando. Solo que estoy en el cerro y me quiero dormir.

– “Y si me duermo un rato en un arbusto y pongo una alarma? Total, nadie lo sabrá… Si alguien me pregunta, diré que estuve enfermo del estómago en esos momentos”

– No, no se trata de eso, se trata de hacerlo bien, digno y como lo planificaste. Sin dormir porque es la regla primaria del Everesting. Dormir no es una opción. Ahora, sube la maldita montaña para poder bajar y despabilarte de todo esto. Harás una subida más y para la siguiente saldrá el sol, que sacará de tus hombros el cadavérico sueño.

Ahora me molesta el abdomen, parece ser que tengo malestares y debo ir al baño. Maldita sea, ahora esto. 3 benditas paradas al baño.

Una bajada más. Me siento tan mal. Esto va solo peor, por ni un solo lado mejor.

Comida, agua; lo de siempre y arriba. Esta será la peor subida de todas. Pensé tanta cosa absurda, imaginé lo épico de lo que estábamos haciendo, de ser el primer chileno en completar el Everesting en modo trail running, en dormir aunque sea un poco y después descartarlo, en fracasar, mas no soy capaz de recordar el pensamiento fino, el sueño se apoderó de mi y solo fui capaz de poner un pie frente al otro en una devastación total de la voluntad donde solo pude contenerme estando de pie y arrancar de mi mismo para no juntar los ojos.

Tengo tantísimo frío. Me muevo tan lento que todo es muy desagradable. Si me saco el cortavientos el sudor hace que me de frío, pero si no me la saco se me hace una sopa de sudor que es muy desagradable. Elijo siempre subir con chaqueta excepto en este último ascenso, es que voy tan, pero tan lento, que me puedo estar acercando a algunos grados de hipotermia. Al menos ahora tenía claro que parar sería peligroso de verdad y que no me queda otra que salir de esta vuelta.

Cumbre. Las cabras me miran de nuevo echadas mientras sus ojos brillan por mi linterna frontal. Escribo por el celular al Campamento Base que cuando llegue abajo, descansaré mucho y que bajaré a desayunar la pasta y café en grano.

Abajo me espera Loreto, Adrián Gambetta y Felipe Cuevas.

“Chicos, esto está mal, tengo un sueño totalmente incontrolable y si salgo así por otra vuelta se volverá peligroso. Comeré todo lo que quiera, beberé café y no me pararé de esta silla hasta ver salir el sol. Si la siguiente vuelta no la hago mejor, nos vamos a casa…”

Los chicos con bromas asienten y me apoyan.

Siempre le tuve algo de pavor al Everesting de Trail running, pues de seguro sería más duro que el de bicicleta.

Ha pasado un poco más de una semana e intento cuantificar lo duro que fue hacerlo.

Tengo la sensación que hacer un Everesting es bastante factible para muchas personas, si se preparan.

Para mi, haber hecho el Everesting con esos malestares hicieron de mi noche la peor de todas las que he pasado en la montaña, y eso que he pasado noches a varios miles de altura, o a varios grados bajo cero cuando hago ski. Nunca imaginé que mi peor noche sería practicando un deporte relativamente seguro comparado a los otros que practico.

En algún momento del octavo ascenso, cuando ya me iba sintiendo mejor me auto recordé la oración que me repito a mis mismo siempre: “No me importa lo que haces, sino el cómo lo haces”.

Estoy contento de haber hecho el Everesting, sí, porque era mi primera misión.

Pero no concebí que estaría más orgulloso y transformado por haber cruzado esa noche en solitario:

El haber elegido terminar a pesar de sentirme tan mal, el haber sido paciente y persistente para que la fe tuviera la oportunidad de hacerse presente y sacarme de ese estado tan paupérrimo por el que pasé. De sacarme del espíritu el malestar de la cabeza, de los intestinos, y posteriormente, cuando el sol tocó mi cuerpo y me revitalizó para alejar a Morfeo que me la hizo por lejos la batalla más compleja que me he bancado.

Algo tiene hacer las cosas en solo. Es que, en equipo es más fácil, y por eso nunca sabrás de qué estás hecho, de todo tu potencial, de tus virtudes o tus debilidades si trabajas en equipo, porque todo se enmascara, se suaviza y relativiza.

Solo, en la noche, bajo las pocas nubes y las estrellas, bajo de la Cruz del sur, estuve algo más cerca de mis límites, y estoy muy contento hoy por haber elegido poner un pie frente al otro, de tener fe en que el sol me zamarrearía los miedos y que terminaría coronando el Everesting, como lo venía cocinando hace tiempo.

Mis agradecimientos son eternos a Loreto, a Adrián, a mi amigo de infancia Gonzalo y a Chris por rematarme en la penúltima vuelta.

El apoyo de las marcas Salomon por el equipamiento, la nutrición Squeezy, y el apoyo de mi kinesiólogo Raúl de KMP.